Por primera vez un arrepentido cuenta cómo es la mafia ferroviaria



(Publicado en diario Perfil, 13/11/11) 
José Pérez es quien presentó a Favale y a Pablo Díaz, señalados por el crimen de Mariano Ferreyra. Aquí relata cómo se prepararon los incidentes.


Un clima oscuro atraviesa ciertos enclaves del ferrocarril. Es un mundo paralelo de crimen, patotas y mafias sindicales. En Florencio Varela, un hombre decidió contar en exclusiva a PERFIL los vericuetos de ese universo. Un hombre golpeado y amenazado. El mismo hombre que puso en contacto a Cristian “Harry” Favale, preso y sindicado como el asesino de Mariano Ferreyra, con Pablo Díaz, preso y jefe de la patota que atacó a los tercerizados el 20 de octubre del año pasado.
Se llama José Antonio Pérez, de 40 años y de oficio guardabarreras en la estación de Florencio Varela del ferrocarril Roca. Padre de nueve hijos y precoz abuelo. Se lo conoce también con el apodo de “Dinamita”, tal el nombre que se ganó en el ambiente del box cuando peleaba en las categorías liviano y welter junior. Su testimonio aporta datos fundamentales para la causa que investiga el asesinato del militante del Partido Obrero y lo convierte en un testigo clave para desbaratar los argumentos de la defensa de Favale y Díaz. A la vez que señala ese clima oscuro del ferrocarril construido a través de violencia, lavado de dinero y armas de fuego usadas y escondidas.
Agresión. Pérez es guardabarreras
del Roca. Casi lo matan por negarse
a canjear dinero de los gremios
en financieras. Hoy teme por
su vida y por eso hizo la denuncia.
“A Favale lo conocía del barrio, vive a 15 cuadras de mi casa –cuenta Pérez–. A mí me conocen todos. Yo peleaba por acá, me venían a ver. Favale mismo me fue a ver varias veces. El me respetaba a mí y yo lo respetaba a él. Sabía que no era un pibe bueno, pero nos respetábamos porque así son los códigos. Yo le decía ‘Harry’, así lo conocemos por acá. Cada vez que me veía, me pedía: ‘Haceme entrar al ferrocarril’. Yo no sabía cómo. Hasta que tuve que ir a ver a Pablo Díaz”.
En los últimos tiempos del Roca los dirigentes del sindicato Unión Ferroviaria adquirieron un poder inédito, al ritmo de los negocios que se desarrollaron en ese ámbito, entre ellos la tercerización. Negocios de los que formaban parte beneficiada. Díaz, máximo referente del gremio en las vías del sur, ostentaba ese poder, que incluía, entre otras cuestiones, la elaboración de listas de nombres postulados para ingresar al ferrocarril. Listas que se poblaban de familiares de los sindicalistas, punteros del Frente para la Victoria y barrabravas. 
“La siguiente vez que vi a Favale me pidió de vuelta que lo ayudara a entrar al ferrocarril. Entonces le di la tarjeta, le dije que fuera a ver a Díaz, que era el que arreglaba todo. Y le dije que se portara bien. Es medio loquito, así lo conocíamos en el barrio”. Lo fue a ver y arregló. “Un día fuimos con mi señora al Coto de Avellaneda y lo vimos barriendo en la estación del tren. Lo habían contratado y trabajaba para (la empresa tercerizada) Herso. ‘Harry, decile a Díaz que te manden a Florencio Varela, porque todos trabajamos cerca de nuestras casas’, le sugerí. ‘¿En serio?’, me preguntó y me dijo que lo iba a hacer”. También arregló. “La próxima vez que lo vi me dijo que estaba encargado de seis o siete cuadrillas. Era un tipo grande, malo, cualquier empresario lo iba a agarrar para que esté al lado suyo. ‘Portate bien’, le repetí. Pasaron como tres meses cuando lo volví a cruzar. ‘No sigo laburando, voy a juicio’, me contó. Le dije: ‘Pero no seas boludo, te pagan una guita pero no entrás de vuelta al ferrocarril’. ‘No, yo voy a hablar con Díaz’, me respondió. Tiempo después iba con mi señora a la panadería y me tocaron la bocina. Era Harry. ‘Voy a estar adentro del Roca’, me contó. Me dijo que le habían dado 1700 pesos para un trabajo. ‘¿Para qué te pagan eso?’, le pregunté. Me respondió: ‘Para cagarlos a palos a los pibes de Herso’. Me sorprendí y le dije: ‘Pero si vos estabas en Herso’, le dije. ‘No, yo entro al Roca, ya me van a hacer el psicofísico’, contestó. ‘Bueno, manejate, es todo política, es todo jodido’, le dije y nos despedimos. A las dos semanas lo vi en el noticiero. En la pantalla estaba Favale. Era por el pibe que habían matado, por Mariano Ferreyra”.
—¿Se enteró de algo más respecto de ese caso? 
—No. Pero pasó algo extraño. Unos días después de lo que pasó estaba en la barrera. Me tocaron la bocina. Era Mario Galván y otros que me pidieron que entre al auto. ‘Hay quilombo en el Roca’, me dijeron, ‘tenemos una bolsa de armas y queremos pedirte que las tengas en tu casa’. ‘¿Sos loco vos?’, les dije. ‘Van a hacer allanamientos en la casa de (Norberto) Saldaña, en el taller y en Encomiendas (N. de R.: Saldaña es conocido como hombre pesado de Ferrobaires). Nosotros manejamos todo ahí. Guardame las armas en tu casa’, me pidió, pero me negué. Pasaron unos pocos días. Volví a ver a Galván. ‘Ya está. Hicieron el allanamiento. Sabíamos todo nosotros, sabíamos que iban a allanar desde antes’. ‘No me digas esas cosas a mí, yo no ando en nada’, le dije.
Después de todo esto, la mujer de Dinamita Pérez recibió una amenaza telefónica.
El testimonio de Pérez, que fue contado en la comisaría 3 de Quilmes y en la fiscalía Nº 7, probaría la conexión previa entre  Díaz y Favale, relación que ambos niegan, a la vez que señalaría que el barrabrava de Defensa y Justicia fue contratado por el dirigente sindical para actuar como fuerza de choque. La defensa de los imputados plantea que el ataque contra los manifestantes tercerizados tuvo, en cambio, un carácter espontáneo.
El episodio de las armas podría dar cuenta del vínculo entre sindicalistas del ferrocarril y la policía, que los habría alertado del allanamiento. Y el cambio de dólares muestra a las claras el funcionamiento de una red de lavado de dinero en el ferrocarril.
Aprietes y agresiones para proteger los sucios negocios de los gremios
Cuando se le pregunta a José Antonio Pérez por qué ahora relata su situación en el Roca, cuenta una dura historia:
Un día pasó un conocido y me dijo si quería cambiar dólares, que me ganaba unos pesos. ‘Con tu documento y tu recibo de sueldo podés cambiar y te dan 200, 250 pesos’, me dijo. Acepté. Era sencillo. Tenía que buscar la plata en el sector de Encomiendas de Constitución y me daban plata en una riñonera, me llevaban al banco y a casas de cambio a hacer la operación. La primera vez me dieron 30 mil pesos. Nunca había visto tanta plata. Todo lo dirigían Mario Galván, Claudio Salazar, Sebastián Salazar y Norberto “El Gordo” Saldaña. Un día, después de la advertencia de un amigo que me dijo que eso era guita de lavado, me crucé con Galván. Me dijo que fuera a comprar, pero le respondí que no lo iba a hacer más. ‘Andá porque se pudre todo’, me dijo. Entonces fui. Pusieron treinta mil pesos en la riñonera y me dejaron en un banco. Cuando salí no había nadie. Tomé un taxi y guardé los dólares. Cuando bajé, no tenía más la riñonera. Me quería matar, aunque adentro yo sólo había dejado 500 pesos ahí, el resto lo había guardado. En Encomiendas saqué toda la plata y la puse en una mesa. ‘Acá faltan 30 lucas’, me dijo Salazar. ‘No, en la riñonera tenía 500 pesos’, le dije. “No, son 30 lucas. Galván sacó un arma y disparó al lado mío. Ahí sentí un culatazo y me caí. Me empezaron a patear y a golpear, me cubrí la cara por instinto. No podía hablar por la sangre que tenía en la boca. Cuando me pude levantar un poco, uno me dijo: ‘Devolvé la plata porque te vamos a matar a vos y a tu familia’”. Aún hoy tiene una fractura en el pómulo fisuras, cortes y golpes en todo el cuerpo.

Diego Rojas

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